La influencia de la publicidad sobre nuestro estado de ánimo cambió significativamente en la década de 1920 cuando, por primera vez, los anunciantes comenzaron a apuntar al cerebro emocional en lugar del cerebro pensante.
Anteriormente, los anuncios describían la eficacia de un producto o destacaban un ingrediente especial. Pero a fines de la década de 1920, los productos comenzaron a presentarse de manera que explotaran el «punto de dolor» o la inseguridad de una persona. La pregunta no era: ¿Cómo podemos convencerlos de que vale la pena comprar nuestro producto? sino más bien, ¿cómo podemos convencerlos de que nuestro producto los hará sentir mejor consigo mismos?
Los anunciantes llevan años intentando aprovecharse de las inseguridades de los consumidores y a vender cosas que no necesitan. Nos hemos obsesionado con el uso de la tecnología para facilitar las cosas. Pero como resultado, estamos desarrollando nuevos comportamientos compulsivos en la forma en que usamos la tecnología, lo que disminuye nuestra libertad.
La verdadera libertad, según el autor, proviene de reducir cosas en nuestra vida, como cuando borramos una cuenta de redes sociales para liberar nuestro tiempo y atención. Cuando nuestra sensación de bienestar se vuelve dependiente de las distracciones, la comodidad y la tecnología, nos volvemos dependientes.
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