Hemos perdido el contacto con la naturaleza y la lo que comemos

Cuántos de nosotros comemos sin siquiera saborear. Simplemente cogemos lo primero que encontremos, y nos lo comemos lo más rápido posible para seguir con nuestro trabajo o cualquier otra cosa que parezca urgente. Pero esto no solo reduce la satisfacción que podemos sacar de disfrutar de una buena comida, sino que también puede tener efectos negativos sobre nuestra salud, porque evita que dejemos de lado el ajetreo y estrés de la vida diaria.

Aquí es donde entra en juego la alimentación consciente, un concepto ligado al de mindfulness. El mindfulness, es la capacidad de dejar de ser distraídos por nuestro flujo constante de pensamientos y recuperar el control de nuestra atención. Esto significa que practicar mindfulness es básicamente evitar ser distraído por nuestros pensamientos y entender dónde estamos exactamente y qué estamos haciendo.

Lo podemos aplicar a nuestras comidas con algo tan simple como coger cualquier alimento, preferiblemente sano, que tengamos a mano y ponernos cómodos. Como primer paso pongámonos en contexto. Si tenemos una verdura o fruta, debe haber empezado como una semilla, ¿verdad? Imaginemos el largo viaje que lo trajo a nuestro hogar. 

Primero, brotó y creció hasta convertirse en una pequeña planta. A medida que crecía, absorbía la luz del sol, el agua y los nutrientes hasta que maduró hasta convertirse en una planta más grane o un árbol y producir sus frutos llenos. Pero eso no sucedió por sí solo. 

Alguien plantó esa semilla, cuido de ella la vid y cosecharon los frutos. Otros los empaquetaron y los metieron en camiones, que los llevaron hasta un supermercado. Una vez que hemos hecho todo el recorrido mental, estamos listos para comer. 

Nuestra imaginación habrá despertado nuestra curiosidad y eliminado las distracciones, y seguramente parezca que estamos viendo el alimento por primera vez. ¿De qué color es? ¿Cómo se refleja la luz en él? Finalmente, preguntarnos si queremos comerlo. Si lo hacemos, ahora es el momento de darle un mordisco, de masticar y dejar que cada matiz de su sabor deje huella en nuestro paladar.  Y mientras saboreamos prestemos atención a los pensamientos, recuerdos e ideas que pasan por nuestra mente. Lo más probable es que solo podamos pensar en el sabor y que lo disfrutemos mucho más. 

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